Efectivamente hace un tiempo desde la última vez, y me gustaría poder decir aquello de "cuánto ha llovido", y obviamente no me estaría refiriendo al literalista sentido meteorológico de la expresión. Y es cierto que muchas cosas han cambiado, pero, de base y en el fondo, creo que quizás no tantas.
Y esto me viene a decir dos cosas: la primera es que esa noche de hace casi 10 años, sentado en la mesa del comedor de aquel piso de Vilanova i la Geltrú en la que escribí que "it'd been a while", quien hablaba era alguien mucho más cercano a mi yo actual, 10 años después, que al yo que había dejado atrás tan sólo unos meses antes. Y la segunda, y como corolario a la primera, es que el motivo para romper con todo aquella vez fue transformativo, mientras que el de esta vez ha sido el de reencauzar mi vida.
Hoy, sentado en un Starbucks en Tokyo, reflexiono sobre este romper con todo que, podríamos decir con cierto grado de seguridad a estas alturas, nos caracteriza.
Y es que la duda que me asalta hoy es cómo puedo tomar decisiones sostenibles. Y, según escribo esto, siento que la pregunta está mal formulada.
No se trata tanto, quizás, de tomar decisiones sostenibles, sino de tomar decisiones y cuidar lo que viene a posteriori para que sea sostenible a largo plazo. Esto es, no importa tanto lo que se decida como encontrar la forma de dirigir el eco de dichas decisiones hacia el futuro de forma sana, intentando que no se desvíe demasiado.
Siento que lo que nos ha venido pasando toda la vida es que hemos tomado una decisión después de pensarlo mucho, y que luego nos hemos mantenido fieles al planteamiento primigenio de dicha situación, sin reaccionar demasiado a los cambios de contexto.
Porque somos así. Porque pensamos tanto las cosas para que lo que surja de ese esfuerzo sea un razonamiento blindado. A prueba de errores. Future proof. Y así avanzamos, intentando que lo que ocurra alrededor de aquello que hemos decidido no influya en la decisión. Y cuando no podemos adaptar más el contexto externo porque se escapa a nuestro poder, adaptamos el interno. Y entonces incurrimos en una disonancia cognitiva, pero estamos tan invested en la narrativa que hemos ido alimentando que acabamos machacándonos a nosotros mismos para caber en esa narrativa a la espera de que un giro, fuera de nuestro control; de nuestro contexto, haga que todo se vuelva a alinear con nuestras decisiones. Pero claro, no hay garantía de que eso pase y, de hecho, nunca pasa. Y, si pasa, nosotros mismos estamos tan machacados que ya no nos queda fuerza para agarrarnos de ese volantazo de la vida. Y es que la dimensionalidad de estas cosas tiende al infinito, y hasta pensar en direcciones es una simplificación.
Así que aquí estamos de nuevo, no tan distintos pero definitivamente más sabios, para seguir adelante aplicando lo aprendido y, quién sabe, ver si esta vez nos sale o si dentro de unos años nos habremos de volver a encontrar.
Y esto me viene a decir dos cosas: la primera es que esa noche de hace casi 10 años, sentado en la mesa del comedor de aquel piso de Vilanova i la Geltrú en la que escribí que "it'd been a while", quien hablaba era alguien mucho más cercano a mi yo actual, 10 años después, que al yo que había dejado atrás tan sólo unos meses antes. Y la segunda, y como corolario a la primera, es que el motivo para romper con todo aquella vez fue transformativo, mientras que el de esta vez ha sido el de reencauzar mi vida.
Hoy, sentado en un Starbucks en Tokyo, reflexiono sobre este romper con todo que, podríamos decir con cierto grado de seguridad a estas alturas, nos caracteriza.
Y es que la duda que me asalta hoy es cómo puedo tomar decisiones sostenibles. Y, según escribo esto, siento que la pregunta está mal formulada.
No se trata tanto, quizás, de tomar decisiones sostenibles, sino de tomar decisiones y cuidar lo que viene a posteriori para que sea sostenible a largo plazo. Esto es, no importa tanto lo que se decida como encontrar la forma de dirigir el eco de dichas decisiones hacia el futuro de forma sana, intentando que no se desvíe demasiado.
Siento que lo que nos ha venido pasando toda la vida es que hemos tomado una decisión después de pensarlo mucho, y que luego nos hemos mantenido fieles al planteamiento primigenio de dicha situación, sin reaccionar demasiado a los cambios de contexto.
Porque somos así. Porque pensamos tanto las cosas para que lo que surja de ese esfuerzo sea un razonamiento blindado. A prueba de errores. Future proof. Y así avanzamos, intentando que lo que ocurra alrededor de aquello que hemos decidido no influya en la decisión. Y cuando no podemos adaptar más el contexto externo porque se escapa a nuestro poder, adaptamos el interno. Y entonces incurrimos en una disonancia cognitiva, pero estamos tan invested en la narrativa que hemos ido alimentando que acabamos machacándonos a nosotros mismos para caber en esa narrativa a la espera de que un giro, fuera de nuestro control; de nuestro contexto, haga que todo se vuelva a alinear con nuestras decisiones. Pero claro, no hay garantía de que eso pase y, de hecho, nunca pasa. Y, si pasa, nosotros mismos estamos tan machacados que ya no nos queda fuerza para agarrarnos de ese volantazo de la vida. Y es que la dimensionalidad de estas cosas tiende al infinito, y hasta pensar en direcciones es una simplificación.
Así que aquí estamos de nuevo, no tan distintos pero definitivamente más sabios, para seguir adelante aplicando lo aprendido y, quién sabe, ver si esta vez nos sale o si dentro de unos años nos habremos de volver a encontrar.