28.5.21

0-Sum game

 Todo, si lo dejas, tiende a un estado de reposo.


A menudo me encuentro intentando balancear las fuerzas del universo. Intentando que mi esfuerzo offsetee su propia demanda, y así conseguir quedarme a 0.

Creo que es algo natural. Algo que todo hacemos por las leyes propias del universo, por las que todo cuerpo tiende al reposo (en un sistema de fuerzas, esto es).


Sin embargo, cuando de cuestiones vitales se trata, no debería ser esa regla física la que motivase nuestras acciones. Por lo pronto, en esta sociedad moderna en la que vivimos, siempre habrá más trabajo que hacer. El reposo es, en realidad, un espejismo que tan pronto como es alcanzado, se desvanece. Y esto no es casualidad.


La realidad es que los humanos mismos no sabemos estar en reposo. Somos como los tiburones, que incluso cuando duermen se mueven porque, de otro modo, se asfixiarían y morirían.

Necesitamos estar en constante movimiento. Necesitamos estar siempre ocupados. No tanto a nivel fisiológico como a nivel psicológico. Nuestros cerebros, sencillamente, no se pueden apagar. Y de eso cuelga todo lo demás.


Al final, si nos ponemos metafísicos, nosotros somos una constante corriente eléctrica saltando entre redes neuronales, causando una explosión sináptica que interpretamos como pensamientos, acciones, sentimientos.

No existe la inactividad. La inactividad en realidad es como el frío: un concepto abstracto que no tiene ente propio, sino que se postula, precisamente, como la ausencia de alguna otra cosa - el calor, en este caso.


Para nosotros, la inactividad es la ausencia de pensamientos que nos hagan sentir activos. Por eso el tiempo de "no hacer nada" es tan importante. Posiblemente, nuestro tiempo de "no hacer nada" es el tiempo en el que más activos estamos. Es cuando dejamos "volar la imaginación", que no es más que una forma de decir que no ocupamos nuestros pensamientos, nuestro consciente, nuestra psyche. En lugar de ello, nos dejamos llevar por esa corriente sináptica que, de forma alegre y saltarina, nos lleva de un lado para otro haciéndonos formar pensamientos aleatorios. Y, antes de que nos demos cuenta (mucho antes, de hecho), nos hemos agarrado a alguno de esos pensamientos y empezamos a tirar del hilo.


El lenguaje ha sido una herramienta mucho más revolucionaria de lo que uno puede creer en primera instancia. No sólo nos ha aportado el don de la comunicación con otras personas, sino que, quizás de forma más importante, nos ha dotado de herramientas para discretizar lo abstracto de nuestras ideas y aquello que nos rodea. Podemos imaginar, recrear y revivir gracias a que disponemos del lenguaje. Podemos razonar y explicar lo que nos pasa por la cabeza gracias a nuestra habilidad para identificar objetos, establecer relaciones y desarrollar una estructura lógica entorno a ellos.


Pero el lenguaje también nos limita. Es precisamente en esos momentos de actividad creativa, de "dejarnos llevar por nuestros pensamientos", que tendemos a no salirnos del camino marcado (por el lenguaje). Si una idea resuelve en algo tan abstracto que no sabemos cómo razonar sobre ella, tenderemos a reconducirla a aquello que conozcamos y podamos describir - y esto siempre vendrá con pérdida de precisión y, por tanto, de calidad.


Todos tenemos pensamientos únicos. Al fin y al cabo, el número de combinaciones sinápticas es prácticamente infinito, y es, además, diferente para cada individuo. Lo que hacemos con ello es lo que nos separa de ser abrumadoramente creativos (construir un marco a partir de los pensamientos mucho más de lo que embutimos dichos pensamientos en un marco común ya creado), o extremadamente técnicos (conseguir encontrar el mejor marco común en el que encajar nuestras ideas, sin importar cuán complicadas sean).


Del mismo modo, hay quien resulta excelso en esos procesos (crea marcos que cautivan, encaja pensamientos a la perfección), y hay quien falla estrepitosamente en el intento (crea marcos que nadie entiende, encaja pensamientos allá donde no tienen sentido). Por eso tenemos genios y locos. Y por eso la línea que los separa es tan delgada y cada uno es, a su vez, el otro también.