[…] Y ya estando en el andén, la rodeó por la cintura y apoyó la cabeza contra su nuca.
Ni tan siquiera fundirse en aquel abrazo hizo ya que ambos fueran uno.
Pese a todo, y sin girarse, ella reposó su cálida mano sobre uno de los brazos que la envolvían, y dándose la vuelta rápidamente hizo de aquel abrazo algo recíproco.
Fue la sensación de acariciar su suave cabello la que más le supo a pérdida, y la que, abriendo sus brazos para despojarse de aquello que sabía que nunca había sido suyo, decidió que más echaría de menos.
Dejar que se alejara no fue fácil, pero sabía que, pese a los nubarrones que acompañaban al día, detrás nunca dejaba de brillar el sol…