7.12.11

Life finds the way


De repente vuelvo años atrás.

Es curioso cómo a veces es bueno hacer una retrospectiva en tu vida. Quizás esa sería la definición más correcta. No se trata, en realidad, de volver hacia atrás. Lo avanzado, avanzado está, y no puedes simplemente borrarlo como si restaurases un backup.

Uno se da cuenta de que el ser humano es insaciable por naturaleza. Nunca está satisfecho con lo que tiene, y nunca tiene todo lo que quiere. Es un maldito pez que se muerde la cola y sólo unos pocos han sido capaces de ver que no existe una cola que perseguir, que la felicidad es un término sobrevalorado, que no es inmutable, sino inconstante y cambiante.

Alguien dijo alguna vez que la vida es aquello que se sucede mientras intentamos buscar la felicidad. Cuánta razón tenía. Si no somos conscientes del paso del tiempo sólo tenemos que mirar nuestras manos a contraluz. Cada surco recuerda a los estragos del tiempo. La vida se abre camino. Lo viejo deja paso a lo nuevo. Deja paso a lo nuevo haciendo uso del mejor invento de la vida: la muerte.

Hay quien busca la felicidad eternamente y no la encuentra. Y también hay quien asegura que la ha encontrado en un beso, en un pedazo de suelo, en una palabra o en un gesto. Quizás la realidad es que la felicidad se esconde en algo tan pequeño como eso. Es por eso por lo que cuesta tanto de encontrar, porque nos centramos en buscarla en el espeso bosque cuando, a veces, lo apropiado seguramente fuere contar las hojas del tallo de la planta más diminuta que reposa a los pies del más diminuto árbol.

Hubo otro alguien que decía que la sencillez es algo sencillamente complicadísimo. Abstraer algo, o todo, hasta el punto irreductible de su más pura esencia es una ardua tarea. Pero cuando lo consigues, eres capaz de hacer cosas increíbles. Has entendido la vida. Lo has entendido todo. Sin adornos ni abalorios. La vida se abre camino.

Cada día intento ser un poco más simple. Cada día intento ser un poco mejor. Creo que de eso se trata. Ser natural. No pensar. Actuar. En realidad la vida es como cocinar: tienes unos ingredientes y unas instrucciones para elaborar el plato. Si pones demasiado de algo o demasiado poco de otra cosa, o si lo dejas demasiado tiempo en el fuego, el plato sale igual, pero su sabor no es el mejor. Si usas los ingredientes en la medida justa, cocinas lo puramente necesario y elaboras el plato perfecto, su sabor es sublime. La vida se abre camino.

La sencillez es algo sencillamente complicadísimo, dicen. La búsqueda de la sencillez a veces requiere de escrutar inexorables y complejos caminos. ¿Irónico, verdad? ¡Y qué más da! Es un término perfecto. Sencillez. Es un término sencillo, que implica lo complicado de entenderla. Es simplemente perfecto. Algo tan idílico no puede ser obra del hombre. No tenemos la capacidad de crear belleza. La belleza la interpretamos, la copiamos o la transmutamos, pero jamás la creamos. La belleza de un mundo desconocido sólo surge del descubrimiento. La invención es una falacia, y aun así ¡qué emocionante resulta ver algo bello! De nuevo, la vida se abre camino.

Existe una losa. Una losa de quinientas toneladas. Una losa que de repente un día nos cae encima, nos aplasta, nos aprisiona y nos inmoviliza. Esa losa lleva escrito un epitafio, que para cada uno es distinto. ¿Qué llevará escrito ese epitafio? ¿Que la vida se nos escapa sin darnos cuenta? ¿Que lo material sólo ocupa lugar físico? ¿Que lo que un día fue de repente puede no volver a ser? Cada losa lleva un epitafio, y cada persona carga su propia losa. Llega un día en que la losa te cae encima, te aplasta, te aprisiona y te inmoviliza, y lo único que eres capaz de hacer es leer una y otra vez el epitafio de esa losa. Cuando cae, sólo te queda la opción de tomar conciencia desde los jadeos que tu cuerpo hecho jirones exhala mientras te retuerces de dolor. Pero ahora ya está. Por fin lo has entendido. La vida se abre camino.

Una vez entiendes que existe una verdad absoluta, por encima de todo lo demás, eres capaz de apreciar la verdadera belleza. La que existe incluso en lo más horrible. Esa belleza que sólo unos pocos saben ver. Y te das cuenta que descubrir dicha belleza es lo que te hace ser feliz. Entonces lo entiendes. De repente todo es muy simple. De repente todo cobra un sentido especial, qué tonto he sido, te dices. Aprendes a ver cuándo te faltan ingredientes y cuándo cocinas a más temperatura de la necesaria. Aprendes a verlo y a arreglarlo. Y poco a poco te acercas a un estado de plenitud, de perfección, en que la paz lo cubre todo, el equilibrio, la neutralidad de las fuerzas. Estás en el punto exacto, en el punto medio. Y entonces crees que eres capaz de crear belleza.

Pero de repente te das cuenta de que la belleza no se crea. La belleza se interpreta, se transforma o se transmuta, pero no se crea. Y te das cuenta de que no existe la perfección, de que no existe el absoluto, ni tan siquiera lo bello. Te das cuenta de que todo está en tu interior y que el único modo es alcanzar la simpleza, extraer la esencia. La vida se abre camino.

Y cuando alcanzas la esencia, alcanzas la parte más irreductible del todo. No te hace falta nada más, ni tampoco quieres nada menos. Simplemente has sabido encontrar la fórmula exacta de la ansiada felicidad. Y puedo decir que lo exacto es bello, y que por eso estas letras forman mil palabras.

Al final, la esencia que tanto ansiamos nosotros y los demás está en nuestro interior y también está ahí fuera, en el interior de los otros. Y con todo, sólo deseo decir una cosa. Te amo.

14.9.11

Feelings


Existe un mundo lleno de pequeñas grandes cosas.

Cosas tan minúsculas que son invisibles, pero tan magnas que son capaces de contener un poder inconmensurable. Y este poder, como si de la mayor arma de batalla jamás creada se tratase, puede ser usado para hacer el bien o para hacer el mal.

Es un mundo lleno de pequeñas grandes cosas. Tan extraño y salvaje que nadie se adentra hasta que se ve envuelto por él. Tan inexorable que ni el más brillante es capaz de comprender, y sin embargo hasta el más humilde posee el suyo.

Un mundo del que sería tan cierto decir que vive en nosotros como decir que nosotros vivimos en él. Un mundo que realmente es nuestro, personal e intransferible, pues no existen ni existirán herramientas capaces -pero capaces de verdad- de permitirnos mostrarlo en su plenitud. Ni tan siquiera de medir cuán profundo o vasto es.

Lo único que sabemos es que este mundo está lleno de pequeñas grandes cosas, a las que hemos decidido llamar sentimientos. Son tan minúsculos que no los podemos ver y, sin embargo, capaces de contener un poder inconmensurable.

Y como si de la mayor arma de batalla jamás creada se tratase, a veces pueden ser usados para hacer el bien y, otras, para hacer el mal.